2012 | Spanish | Novel | Excerpt
(*) Cover art courtesy of the amazing Daniel Córdoba García.
A long nuclear winter has forced mankind to live under the oceans, where corporations have replaced the governing institutions. As a “recycled”, William Van der Walsh longs to leave behind his eco-terrorist past and live in peace away from justice and troubles. However, the day his father and sister show up at the station where he lives and works his wish will be denied and eveything will change forever.
-Sr. Van der Walsh -dijo mirando el expediente-, según dice aquí es usted un “reciclado”.
“Reciclado” era la forma despectiva de llamar a los “reeducados”, aquellos que habíamos infringido la ley y, por tanto, habíamos sido envíados a un Campo de Disciplina. Sin embargo, aquel concepto no era lo que más me molestaba.
-¡Déjate de cuentos, Chris! -exclamé sin medir mis palabras, después de todo, aquel engolado y jactancioso oficial era mi hermano mayor-. ¿Qué quieres?
-¿Dónde está? -preguntó con un tono menos frío y cortante más cercano al Chris que conocía, que conocí en mejores circunstancias.
-¿De de quién hablamos exactamente?
-Tu vida ya es patética para empeorarla más, ¿no crees? Por favor, Will, dime la verdad y quizá pueda conseguir que mis superiores pasen página.
¡Qué ironía, podía estar hablándose a sí mismo! Cierto era que mi vida era patética, recluído en aquella estación olvidada, Reeducado y, por tanto, estigmatizado de por vida sin derechos ni consideración de ciudadano. Una vez que uno era Reeducado ya no había más oportunidades y, si no se actuaba conforme a las leyes, el siguiente paso era la muerte o la proscripción. Yo había tenido suerte al superar la Reeducación pero, tal vez, fuera mejor la muerte que una vida así. Sin embargo, no había traicionado a mi propia familia en aras del reconocimiento social como ese necio que ahora se pavoneaba frente a mí. ¿Quién me iba a decir que estaba a punto de hacerlo?
-Hemos seguido su rastro hasta tu estación, Will, aún tienes una oportunidad a pesar del delito que has cometido contra tu propia corporación al utilizar uno de los tanques de combustible sin permiso. Coopera y podré ayudarte. De lo contrario…
-Tú lo has dicho, “mi estación, mi corporación”. ¿Qué pinta la tuya en todo esto?
-No es momento para pasarse de listo, Chris, responde a la pregunta: ¿Dónde están?
Podía haber dicho la verdad, que no sabía dónde estaban, pero me callé. ¿Por qué? No lo sé, simplemente permanecí de esa manera, como una estatua de sal, y Chris perdió la paciencia. Nunca había tenido mucha.
-Está bien -dijo resignado-, he intentado ayudarte. Me he adelantado al Extractor para darte una oportunidad porque pensaba que la Reeducación había funcionado contigo. Ahora tu interrogatorio seguirá por los cauces habituales y debo añadir que, aunque no sepas nada relevante, tu “condición” te coloca en una situación más que predecible.
¡Vaya si era predecible! La única duda era cuánto resistiría en manos de un Extractor.
-Supongo que te debo una- añadí. De nuevo, mi estúpido sentido del humor. Chris se enfadó de veras y abandonó el lugar sin mirar atrás. ¿Quién sabe? Tal vez quisiera ayudarme después de todo.
El Extractor no tardó en aparecer, sin embargo, era un hombre bajo y feble, de huesos frágiles y piel sin vida. De hecho, tenía implantada una unidad Remy-10 en el pecho, la máquina de soporte vital más desarrollada del mercado. Sus pequeños ojos, aún más pequeños al estrecharse para evaluarme, parecían dos agujas a punto de atravesarme. No me gustó esa sensación.
-Extractor 0024877/EW-3, iniciando el protocolo: El prisionero se niega a revelar la información necesaria para continuar con la misión -comenzó en voz alta.
Por supuesto, estaba registrando meticulosamente cada paso de su investigación en un archivo donde imprimirían mi nombre y apellidos una vez se hubieran deshecho de mi cuerpo en el incinerador de la estación. Así eran de diligentes esas sanguijuelas. Todo debía quedar reflejado en una gigantesca base de datos para que no escapara de su control ni el más nimio detalle-. Tratándose de un Reeducado reincidente y, según la ley Koldwell sobre derechos civiles, el sujeto está exento de cualquier gracia y a la entera disposición de la comunidad científica. Esa última frase me gustó aún menos.
-Lo cual, querido sr. Van der Walsh, quiere decir que su cuerpo es ahora de mi propiedad -concluyó “off the record” el Extractor.
Sentí un estremecimiento. Muchas imágenes aparecieron de modo inconexo, en un solo segundo, por mi cabeza pero no se trataba de mi vida pasada como se suele creer, sino de lo que aún no había vivído y amenazaba con ser mi futuro a muy corto plazo. En todas ellas gritaba de dolor.
-¿Sabe, sr. Van fer Walsh, cuál es el verdadero éxito de un Extractor? ¿Sabe por qué no hay nadie capaz de resistir el interrogatorio? -continuaba divertido aquel hombrecillo que parecía poder romperse con un soplido.
-Si respondo, ¿no le estaré privando del placer de revelarme el secreto?
Una sonrisa siniestra se dibujó en sus labios de papel.
-Veo que es usted un hombre valiente, sr. Van der Walsh, aunque debo advertirle que el fondo marino está lleno de ellos.
-Apuesto a que eso se lo dice a todos.
-Basta de bromas, su necio sentido del humor no le salvará ahora -dijo severamente, reuniendo todas las fuerzas de las que disponía en su pequeño cuerpo sostenido por la ciencia-. Necesito algo que está en su cerebro, almacenado en un lugar muy concreto. Sé dónde está, sé lo que es y sólo tengo que arrancárselo de ahí. Por supuesto, usted, un Reeducado, no quiere ahorrarme trabajo por lo cual le estoy sumamente agradecido. Los cobardes ponen en duda nuestras habilidades y, por supuesto, nuestro prestigio. Espero que comprenda cuán excitado estoy con la idea de su feroz resistencia.
Mientras hablaba se aproximaba a mí como una araña avariciosa que ha sentido vibrar su tela y un sudor frío me recorrío toda la espalda. Confieso que ya no estaba tan seguro de mi decisión. ¿Qué perdía confesando lo que sabía? Entonces, sacó de su maletín una caja transparente y en su interior había una inyección con una aguja increiblemente larga que contenía un líquido amarillento a simple vista repugnante, como si tras abrir de cuajo a un pez se hiciera una papilla con sus entrañas.
-¿Es la anestesia? -pregunté.
-Algo parecido.
Yo estaba firmemente sujeto por las correas a la silla así que poco pude hacer mientras me inyectaba aquello, fuera lo que fuese, y como siempre he sido muy aprensivo con lo que a agujas se refiere, lo reconozco, me desmayé.