Lothbook

The Twilight of Hibra Island

2016 | Spanish | Novella | Excerpt

Cover Art

(*) Cover art courtesy of the amazing Daniel Córdoba García.

Synopsis

Prince Iorei of Teri prepares to sail towards Hibra Island ready to quell a recent insurrection. With him travel soldiers, nobles, merchants and slaves; and with him the survivors of a tragic and unexpected shipwreck must find a way to coexist in the shores of a remote and dangerous land.

Details

  • Year: 2016
  • Language: Spanish
  • Word count: 20K

Excerpt

Poco podía importarme todo aquello, pues mis pies callosos no fueron hechos para pisar el mármol de los palacios, de modo que olvidé pronto los cuchicheos y proseguí con mis tareas que no eran pocas ni sencillas. Sin embargo, ¿qué sabía yo entonces de los veleidosos dioses y de sus artimañas?

Los soldados del rey hicieron su aparición apartando a empellones a todo aquel que encontraban a su paso tratando de abrir camino al palanquín que escoltaban y la calle se alborotó en pocos instantes. Los mercaderes más valientes protestaron por semejante trato, pero ninguno de los duros rostros bajo los yelmos apartó su vista del frente. Mis ojos, en cambio, se dirigieron primero a los esforzados esclavos que cargaban sobre sus espaldas el peso de aquel palanquín cuyas cortinas estaban echadas ocultando la identidad de sus ocupantes y, más tarde, al medallón que resbaló del interior hasta mis pies. Lo recogí con cuidado pues no quería llamar la atención mientras los guardias aún chascaban sus látigos contra el suelo y, una vez hubieron desaparecido calle abajo, abrí la mano y observé detenidamente el objeto.

-Mal presagio -dijo alguien a mi lado.

Me giré sorprendido, pues no esperaba que alguien más se hubiera percatado del suceso, para encontrarme con un anciano que llevaba en su mano una jaula con una lechuza en su interior. El medallón de oro representaba a Sidon, el poderoso dios del mar.

-Es vuestro si lo queréis -le ofrecí la joya.

Pero el anciano negó con la cabeza.

-Has de entregárselo a su verdadero dueño -respondió-. Antes de que sea demasiado tarde.

Volví a observar el medallón y cuando alcé la vista el hombre había desaparecido entre el gentío.

-Mal presagio -repetí en voz alta antes de echar a correr calle abajo en busca de los soldados.

Los coloridos templos de la ciudad resplandecían bajo la acuosa mirada del sol, y los ojos de hombres y mujeres se dirigían constantemente al puerto aguardando el esperado momento de levar anclas. Sin embargo, apenas tuve tiempo de pensar en ello, ni tan siquiera en qué había ocurrido calle arriba, en qué me había impulsado a seguir aquel palanquín desatendiendo mis obligaciones para correr en pos de un enigmático destino oculto tras aquellas cortinas. El medallón, pensé, y el buhonero de la lechuza.

El dios Sidon podría enojarse si el barco zarpaba sin su protección y, con tantas vidas en la balanza, debía hacer lo posible por devolver aquella pieza de oro a su dueño. Después, podría recuperar el tiempo perdido y los dioses sabrían recompensar mis esfuerzos dejándome fuera de sus retorcidos asuntos. Aquella era mi esperanza, al menos, y aquel deseo me proporcionó el aliento que la carrera me había robado.

Cuando alcancé el puerto, en cambio, no había rastro alguno de los soldados ni de su señor. Allí permanecí, pues, observando en silencio arropado por el bullicio de los preparativos. Los esclavos se afanaban en llenar las bodegas del gran pez de madera acuciados por el látigo del capataz y ninguno de ellos osaba alzar la mirada del suelo, como si el propio Sidon observara su trabajo desde la cresta de las espumosas olas mientras enarbolaba su tridente de coral.

-¡Vuelve al trabajo! -exclamó el capataz mirándome directamente.

Efectivamente, eso es lo que debía hacer: Regresar a mis quehaceres y olvidarme de aquel medallón. Giré en redondo decidido cuando el chasquido del látigo erizó mi piel.

-¿Dónde crees que vas, gusano? -preguntó divertido aquel hombre grueso antes de volver a chascar aquel tentáculo que sometía las voluntades-. ¡Carga como los demás!

Quería explicarme pues, aunque pobre, no había nacido esclavo pero, por alguna razón, quedé sin voz. El corrillo de gente que nos rodeaba y comentaba con interés el altercado reía y me señalaba con el dedo, uno de los esclavos dejó en mis manos un ánfora del vino que debía ser transportado al vientre de aquel barco. Sin saber cómo explicar el malentendido y temiendo el látigo en mi espalda no me quedó más remedio que obedecer. De tal manera, se puede decir que subí a bordo a pesar de todo.