2017 | Spanish | Novel | Excerpt
(*) Cover art courtesy of the amazing Daniel Córdoba García.
Far beyond the Stony Deserts, the last known frontier of the empire, stands the mysterious and distant city of Gezy. Imperial Champion Rajan Leto is headed there with an army, ready to relieve Yori Sezel of his duties as governor of the province, still unaware of the air of rebellion the city breaths.
Terra Ignota is an historical recreation of the turbulent events that took place during the obscure theocracy of High Priest Shunu Asan and everything that happened from Leto’s arrival to the departure of the last imperial muza.
-¡Que Isul se apiade de ti, Menek, y Kuruk escuche tu clamor de venganza! Ahora te encuentras a salvo bajo el Árbol de las Ocho Ramas -exclamó entristecido y sobrecogido por la bárbara bienvenida.
-¿Maestro?
Los hombres de la comitiva que le acompañaban en aquella embajada se habían encontrado con decenas de cabezas cortadas y clavadas en picas antes, incluso, de alcanzar los muros de la ciudad. En la puerta principal, destacaba la de Menek, el traidor, como aviso a todos aquellos que cruzaran su umbral. Los soldados imperiales les vigilaban desde las murallas mientras otros trabajaban a pie de muro, reforzando todo el perimetro exterior. Naobi Leto se preparaba para la defensa y no tenía entre sus planes negociar la liberación del comerciante. Ya lo había liberado, a su manera.
-¿Maestro? -insistían nerviosos mientras trataban de calmar a los camellos inquietos, a su vez, ante el olor de la sangre y de la carne pútrida - ¿Qué hacemos?
Cigra regresó a la realidad que le circundaba una vez fue capaz de romper el hechizo de muerte que le mantenía atado a la horrenda visión de aquella cabeza. Sabía que sus hombres querían dar media vuelta y regresar al camino y a la seguridad de sus asentamientos antes de que también sus cabezas se cuartearan al sol, pero tenía una misión que cumplir y no se dejaría arredrar por aquella deleznable exhibición de poder.
-¡Adelante! -ordenó.
No hubo una recepción oficial pero nadie les impidió el paso, al contrario, los ciudadanos de Gezy salieron a las calles exultantes y esperanzados, llenándole de bendiciones a medida que avanzaban hacia el palacio. El Maestro Cigra era la voz del sumo sacerdote y todos ellos aguardaban, en aquel clima de terror impuesto por los extranjeros, la respuesta de su líder espiritual: Shunu Asan.
Una vez en palacio, esta vez sí, Yori Sezel y sus administradores aguardaban su llegada escoltados en todo momento por los soldados imperiales. El mensaje era claro: Gezy estaba preparada para la guerra.
-¡Maestro Cigra, bienvenido de nuevo! -exclamó el gobernador con normalidad, como si no estuviera al corriente de las ejecuciones ni del hedor a muerte que le acompañaba a uno desde antes de entrar en la ciudad -. ¡Espero que haya tenido un viaje sin incidentes!
-¡Gobernador! -inclinó levemente la cabeza, una vez subió los grandes peldaños que elevaban la entrada del palacio por encima de las calles, y estuvo a su altura. Se abrazaron a vista de todos y Cigra aprovechó para susurrarle en el oído-: ¿Cómo diablos ha permitido que semejante barbarie tenga lugar?
-Se lo estaría preguntando a otra cabeza sin cuerpo si hubiera tratado de evitarlo -contestó Yori Sezel antes de separarse de él-. ¡Vamos, aguardan su llegada!
Su aliado acababa de dejar claro que se encontaba inerme en la ciudad, si el muza -máxima autoridad por ley- había perdido sus poderes en favor del ejército poco le quedaba por hacer allí a un hombre religioso como él. No obstante, no le quedaba otra alternativa llegado a ese punto más que enfrentar al naobi. Empezaba a pensar, no obstante, que habría sido mejor para todos si hubiera escuchado a sus hombres y dado media vuelta al ver el destino que había corrido el infeliz Menek, pues ahora rodeado de soldados temía su propio final.
-¡El Maestro Cigra! -exclamó con estentorea voz el chambelán, cuando alcanzaron los vastos salones del trono, tras golpear el suelo tres veces con su báculo para concitar la atención de los presentes, todos ellos armados.
-¡No es necesaria tanta ceremonia! -interrumpió Leto, sentado en el trono como si ya fuera rey, demostrando una vez más que quería humillarle y, por supuesto, que no estaba dispuesto a negociar- ¿Qué es lo que quiere el sumo sacerdote? ¿Por qué os ha enviado?
De nada servirían los discursos floridos frente a aquel hombre, no trataba ya con Yori Sezel, instruido y elocuente, sino con un bruto que no encontraba utilidad alguna a la retórica. Así, decidió ir al grano también él.
-Me han enviado aquí con dos propósitos: negociar la libertad del hombre llamado Menek, detenido injustamente, y recuperar el templo. Creo, sin embargo, que su excelencia ya se ha encargado de resolver uno de ellos…
-Menek confesó su crímen y su ejecución fue pública -respondió naobi Leto recordando, a su vez, la tensión vivida cuando le llevaron al cadalso. También ordenó con un gesto que le acercaran el documento donde se recogía su confesión-, en cuanto al templo… Soy un hombre razonable y entiendo que los ciudadanos quieran practicar sus ritos. Por ello, estoy dispuesto a dejarlo, de nuevo, en manos de sus sacerdotes con una condición: el sumo sacerdote ha de jurar que no promoverá la revuelta de las tribus.
-Su excelencia ha de saber que los dioses Narados son pacíficos y su sumo sacerdote, su más humilde servidor. Shunu Asan nunca haría tal cosa.
Naobi Leto pasó por alto la burla, pues sabía que el peregrinaje de Shunu Asan por las tierras del norte no respondía, precisamente, a un motivo espiritual sino al deseo de acercar a las tribus con el propósito de vengarse.
-En ese caso, no hay más que hablar.
-Así se lo haré saber al sumo sacerdote, excelencia -respondió Cigra inclinándose levemente, dispuesto a marcharse y regresar al camino.
-¡Enviad a uno de los vuestros! -ordenó Leto interrumpiendo su reverencia- ¡Se os necesitará en el templo ahora que no quedan sacerdotes!
Cigra torció el gesto al escucharle. No sólo recibía confirmación de la muerte de todos los monjes, sino que acababa de convertirse en su rehén. Si Leto escuchaba el más mínimo rumor de levantamiento, no tardaría en quitarle la vida tal y como había hecho con Menek y el resto de insurrectos. Así se aseguraba que el sumo sacerdote cumplía lo prometido. Había caído en la trampa y se encontraba ahora tan preso como el propio gobernador.
-Como queráis… -respondió resignado a la vez que miraba a los soldados que le rodeaban con otros ojos.